De gitanos, benefactores y andanzas en “El Paraíso”

Entre sus blancos y finos dedos, acomodaban, una y otra vez, la baraja. La colocaban en un pequeño costal de yute, junto con amuletos para la buena suerte,que ofrecían a los lugareños.
05:20 PM 14/02/2021


Por Macario Ramos Chávez

Uruapan,Mich.- Al mediodía, Habían llegado los gitanos, a las faldas del Cerro de la Charanda. Gran bullicio de mujeres, portando vistosas faldas largas, listones multicolores y chaquira en sus blusas. Sus rostros destacaban sus rasgos, al lucir enormes arracadas de oro.

Entre sus blancos y finos dedos, acomodaban, una y otra vez, la baraja. La colocaban en un pequeño costal de yute, junto con amuletos para la buena suerte,que ofrecían a los lugareños.

Hombres con pantalones de manta, paliacate rojo, barba prolongada, incursionaban entre veredas, encinos y huinumo seco.

Recogían trozos de madera, para hacer el fuego en torno a tres piedras, que hacían las veces de fogón.

Preparaban comida y al caer la tarde, revisaban sus desvencijadas carretas. Con algunas guitarras, espantaban al silencio, cantaban y la danza de sus cuerpos, se reflejaba en las sombras que se perdían, en lo negro de las huertas de guayaba, nisperos y aguacates criollos.

Por la mañana, se escuchaba el ruido creciente de hombres, que bajaban a toda velocidad desde la sierra, en carretas hechizas de trozos de llanta y sin frenos, cargando vigas, un desafío al viento y la destreza que les aseguraba llegar con bien.
En el Barrio de San Miguel, los niños eran muy curiosos, no tenían límites, les inquietaba la fantástica presencia de los fuereños y sus danzas.

Sus papás, en el quicio de la puerta, donde se veía un cántaro con agua, para ofrecerlo al caminante y unas lindas flores, les advertian una y otra vez:

"No te acerques con los gitanos, se roban los niños, los ponen en un costal y nunca se vuelve a saber de ellos".

Y así los pequeños, entre el miedo que les habían causado sus progenitores, se acercaban a la mirilla de la troje y trataban de ver lo que hacían quienes leían la suerte, pero hasta ahí.

En el barrio, la palomilla prefería ir al Parque donde se encuentra, La Rodilla del Diablo, manantial de agua pura, donde ganó el bien ante el mal, por la omnipresencia de San Miguel Arcángel.
Llegar hasta la quinta Ruíz, representaba todo un paseo entre huertas de café, naranjos, juaquiniquiles, chirimoyos, floripondios.

Durante el recorrido, se podía visitar el Mercado de La Calle Real, donde se vendían calabazas frescas de La Basilia, pan de Capacuaro, indígenas purhépechas, que traían uchepos, corundas, ocote, nuriten, nopales, pinole, calabaza, madera, tierra de encino, pozole y churipo y ofrecían el trueque, es decir cambiar una mercancía por otra.

En ocasiones, los niños compraban bolillos, tortillas y dulces, para comerlos, después de bañarse en las aguas del Cupatitzio y al tiempo que se secaban con los candentes rayos del sol.

Cerca de ahí del Mercado de la Calle Real, estaba la casa del Doctor Francisco Solís Huanosto, a quien con cariño le decian Tata.

De día y hasta avanzada la noche atendia los enfermos, pronosticaba el padecimiento, desde una simple calentura, hasta un cáncer benigno o maligno.

Muchas ocasiones, las personas no tenían para pagarle la consulta, y él, les regalaba hasta la medicina.

Un gran ser humano, médico pulcro, siempre de corbata, bata blanca y estetoscopio al cuello.

La casa de Tata Francisco, de pronto, se convertia en un hospital de las comunidades cercanas, San Lorenzo, Angahuan, Caltzontzin. Se llenaba de gallinas, gallos, chapatas, mazorcas, guitarras y muchos, muchos regalos,que en agradecimiento, le entregaban quienes recibían su beneficio o consejo.

Alguna vez, uno de los niños curiosos, que disfrutaban las historias de gitanos y visitaba el Parque, de pronto, se encontró una gran planta de ornato, llamada “ Hoja Elegante “ tiene un gran tallo y simula ser una caña. El pequeño, no sabia que es venenosa y la mordió.

El efecto no tardó en llegar, se desvaneció en el pórtico de su casa, su mamá al verlo, corrió a auxiliarlo, por fortuna, llegaron a Casa del Doctor Solís, y logró disipar el peligro.

Así eran los días en el paraíso, un pueblo pacífico y trabajador, grata convivencia entre sus habitantes, las mujeres que tenían como costumbre, ofrecer el taco, las delicias naturales que habían preparado para su familia y compartían con los vecinos. Se vivía con poco y se disfrutaba mucho. Todos se conocían y hasta los extraños respetaban el costumbre.

Además de aliviar enfermos, Solís Huanosto, alguna vez, fué Presidente de la Ciudad, fundó escuelas, un gran humanista, en la extensión de la palabra.

Nunca se supo de que hubiese robado un sólo peso de las arcas municipales, cumplió la encomienda del pueblo, concluida la responsiva, regresó a su Apostolado, Juramento de Hipócrates vigente.

Hoy es otro Uruapan, ha crecido mucho, el ejemplo de Solís Huanosto, es un faro de luz para las nuevas generaciones, vivir para servir, nada más, ni nada menos.


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