El hombre es la suprema culminación de la vida en unidad indestructible con el orden todavía superior del espíritu.
07:52 PM 07/04/2011
“El hombre es la suprema culminación de la vida en unidad indestructible con el orden todavía superior del espíritu. Su posición ontológica ocupa la más alta escala en la jerarquía de la Creación. El hombre tienen un origen y un fin entre los que se tiende la ruta más deslumbrante de los destinos posibles”, decía Efraín González Luna, fundador del PAN.
Claro que esta es una definición cargada de influencia religiosa en la tradición católica, pero coloca al hombre (en una expresión genérica que incluye al hombre y la mujer) en la más alta categoría de lo creado. Lo importante es el lugar en que don Efraín coloca al ser humano: en posición privilegiada, que permite creer que de verdad valemos la pena.
Decir que “el ser humano es persona, con cuerpo material y alma espiritual, con inteligencia y voluntad libre, con responsabilidad sobre sus propias acciones y con derechos universales, inviolables e inalienables, a los que corresponden obligaciones inherentes a la naturaleza humana individual y social” desde el PAN, en 1965 en su proyección de principios, es una consecuencia de aquella primera definición que hace Efraín, puesta en un contexto político social de corresponsabilidad, pero sin quitarle los atributos de no sólo ser física su composición sino con un alma, con un aliento más allá, con un sentido de trascendencia, de libertad, con una distinción fundamental, con un sueño de búsqueda de la perfección.
Hoy, iniciado el siglo XXI, es una tendencia general dejar de lado la cualidad espiritual religiosa de las personas, pero al mismo tiempo, es una tendencia también muy general la búsqueda de algo más allá y más que la meta del placer físico como parte de las personas: new age, luz y energía cuántica, la ley de la atracción u otras creencias que se buscan como guías, que llevan a la libertad, etcétera, son la búsqueda de una respuesta a una necesidad humana ontológica de buscar siempre más allá de lo que ya tenemos.
Suponemos siempre que cuando las personas nacen, sin pedirlo, vienen con un potencial enorme que les permitirá ir haciéndose de herramientas para participar en el mundo cada vez de manera más pertinente. Ha de ir haciendose autónomo, compartiendo reglas con los demás, buscando alcanzar metas cada vez mejores, trabajando para ser reconocido como persona valiosa entre sus pares y en su comunidad; participar en los asuntos de su comunidad y ser, además de libre, feliz.
Esa tarea de transmitir el valor jerárquico humano, la búsqueda continua de mejoría, de responsabilidad y de libertad, es una tarea de toda la sociedad: de los padres en casa, de los maestros en la escuela, pero también de toda persona con quien los niños se van relacionando a partir de que comienzan a socializar. El chico que atiende en la caja del super, la señora que corta el pelo, los trabajadores compañeros de su mamá, los programas de televisión, los líderes de opinión, las personas y las familias que viven cerca de su casa, los papás de los otros niños en las escuelas. El método más efectivo es además, el modelaje más que el discurso. Y en algún tranco de nuestra generación hemos perdido esta capacidad de bordar nuestra vida alrededor de su valor humano, de esta jerarquización de las personas como lo mejor de la creación.
Las cada vez más alarmantes noticias acerca de violencia en las escuelas, el bullying que según datos periodísticos arrojó 190 suicidios de chicos de secundaria en el Distrito Federal el año 2010, que no es más que abuso de unos sobre otros y la incapacidad de otros de defenderse por su propia poca autoestima, no es otra cosa que el reflejo de lo que estos niños ven y escuchan en sus ámbitos familiares y escolares.
Me refiero a agresiones entre chicos y puede ser de dos tipos: “el directo, que es más común entre los niños y adolescentes, y que se traduce en peleas, agresiones físicas e incluso palizas, y el indirecto o sicológico, que se caracteriza por pretender el aislamiento social del agredido, mediante la propagación de difamaciones, amenazas o críticas que aluden a rasgos o limitaciones físicas, además del chantaje”. Estas agresiones se dan en los baños de las escuelas, los pasillos, a la hora del recreo y dentro del salón cuando el profesor está ausente. Los síntomas de un niño o niña acosado son dolor de estómago, de cabeza, resistencia a ir a la escuela y bajo rendimiento escolar.
Si el niño ve que sus padres pelean, que sus maestros, esgrimiendo argumentos de logros laborales salen a la calle y se golpean, o en su propia escuela se lían a golpes porque pertenecen a distintas expresiones sindicales, y si a su alrededor hay violencia en los videojuegos, en las películas en las noticias, aprenderá que esto es lo que debe hacer, no lo correcto, sino lo que le da poder sobre otros y crecerá con valores torcidos y distorsionados.
¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas en común? Acaso hemos perdido el sentido humano? Hagamos un frente común, nuestros niños merecen ser respetados en absolutamente todos los espacios donde viven y nadie, ni siquiera un amigo puede agredirle, ni siquiera su padre o su madre.
Necesitamos una definición de persona, un lugar común que nos permita volver a trazar políticas públicas en ese sentido, que impulse a maestros, padres, jóvenes estudiantes y trabajadores, a líderes de opinión, a todos, volver a tener un sueño humano, individual pero también de comunidad, por el que nos pongamos de acuerdo en luchar, que se base en amar la vida, en conseguir alicientes para la felicidad por considerarnos de nuevo los seres vivos de mayor jerarquía en la Creación, que incluya la responsabilidad social de cada persona en esa consecución y que sea incompatible con la destrucción de nosotros entre nosotros.
El juicio de amparo interpuesto por maestros de la Universidad de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), en contra de la reforma promulgada el pasado 8 de enero resultó improcedente.