La pérdida de su significación primaria que han sufrido las fiestas morelianas, principalmente las patrias, tuvo una lamentable culminación con la manera en que fue organizada la del 15 de septiembre del 2010.
Ya la del 30 de septiembre del 2008 año, se quiso tomar como un parteaguas en la celebración, cuya organización, entonces, dejo de ser del municipio y del gobierno del estado, pues el estado mayor presidencial (emp) la tomó para promover una ciudad segura y "de pie"; cómo no iba a ser lo primero con un policía o un militar en casi cada metro de las principales calles del centro, y de miembros del cuerpo de seguridad asignado por el emp, disfrazados, incluso en Catedral, como gente de la iglesia desde días antes del 30 de septiembre.
Con una visita de parte de la realeza española -el príncipe Felipe de Borbón y su esposa Leticia el 29S- se certificó el despojo de derechos y costumbres de los morelianos, comenzado con la semi militarización de las calles desde al menos cuatro años antes. Un evento como el de los españolitos -trivial- sobresalió solamente por el dispositivo de seguridad desplegado para eso, pues con solo unas vallas el acontecimiento habría tenido alguna discreción en día y hora hábiles, pero el terror reglamentado en la ciudad debía ser el argumento de un lugar seguro.
La cultura del Habitante, al que todavía sorprenden y emocionan personajes farándulescos debido al aislamiento y marginación hacia lo de afuera que hasta los noventas tuvo la ciudad, no era acto de riesgo. Y el desfile de aquel 30 de septiembre, fiesta máxima de los morelianos, que se realizaba precedido con un pequeño operativo policial que discretamente rompía la rutina del tránsito para cerrar las calles de acceso a la Madero paralelas al tramo Tarascas-Imss y viceversa, consumó la oda al terror como estrategia de control y, al igual que con la visita "real", no hubo libertad para caminar libremente por esas calles, y, en casos, ni de operación de establecimientos que perdieron la venta de hasta dos días.
Todo ordenado y controlado por el emp, el cual se adueñó de la fiesta. El Habitante fue un intruso considerado de alto riesgo. A iglesias, cafeterías de los portales, tiendas del centro e incluso hogares, sólo se podía llegar con permiso y tras revisión manual o electrónica.
Y si el acto del 16 de septiembre de ese 2008 alrededor de la estatua de Hidalgo ya había sido un evento privado, el del día 30 en la Plaza Morelos, fue otro evento de categoría Vip, con "solo" quinientos lugares para invitados, casi todos del emp. En el reten puesto en el único punto de entrada hacia el sitio -La calzada de San Diego, casi a la altura de Revillagigedo- funcionarios municipales y estatales junto con congresistas, no tuvieron permitido el paso. Menos, como el día 16, el Habitante (ni algún ingenuo turista) que era parte importante en esos actos despojados definitivamente de su significación y sentido para hacerlos foro de promoción de una ciudad segura y de sus habitantes, así como de lanzamiento de retos a las fuerzas del llamado "crimen organizado" al que se desafía con despliegues militarizados hasta en ocasiones triviales como aquella visita.
El descaro se tuvo tras el desfile del 30 con una pretendida reivindicación, con la pose fárandulesca de miembros de todos los rangos de las fuerzas armadas, al posar con junto a la gente, en una falsa imagen de unidad y de confianza en los promovidos guardianes de la seguridad nacional, mientras los responsables indirectos de esta, salían de Palacio de gobierno sin ningún cuestionamiento porque con la realización de esta celebración proclamaban su triunfo sobre "crimen organizado"; banal y falso gesto de endeblez para vender la imagen de una ciudad feliz y en paz, donde los habitantes fueron los únicos intrusos en la fiesta.
La primera semana de octubre había aún militares visibles en el centro, obstinados en mantener en esas calles el campo de una lucha que es de ellos y de los impostores que se hacen pasar por gobernantes, no del Habitante, que sólo pide le devuelvan su ciudad, con sus rutinas y sus fiestas.
De lo relatado queda mucho. La noche mexicana más esperada y presuntamente preparada, la del falso bicentenario, fue la reiteración de la noche triste. Porque mostró a una ciudad derrotada por el miedo, que en esa noche, supuestamente la más significativa en la historia de Morelia tras la que en 1965 celebró el bicentenario del natalicio de José María Morelos, prefirió no salir, y el gobierno tuvo que suplantar al Habitante con gente traída desde otros municipios a cambio de un impemeable y de una botella con agua.
Fracaso del gobierno que no cosiguió llenar el centro para escuchar un ligero grito del gobernador, y que, también vencido por el miedo, clausuró el gran evento del día: la reapertura del Teatro Ocampo (a cambhio de un paupérrimo espectáculo de pueblo chico en la avenida madero), y no permitió, junto con el Ayuntamiento, el mercado en las calles del centro después del desfile del día 16.
Fue la imagen de una ciudad miedosa que renunció a uno de sus ritos más simbólicos en la noche que más debía pregonar su orgullo. Pero prefirio quedar de rodillas ante quienes le pautan sus comportamientos.
Una alianza incidental de gobierno y “crimen organizado”, porque lo del 15 de septiembre de 2008 sirvió para justificar la aplicación de controles policiales, que provocó otra noche triste en la historia mexicana.
Remarcó que su propuesta busca establecer límites precisos a la remisión de vehículos al depósito, prohibiendo que los reglamentos estatales y municipales operen al margen de la norma general y dejando atrás un sistema permisivo con los abusos.
La Septuagésima Sexta Legislatura, aprobó ampliar el plazo hasta el día 31 de mayo, para que las y los contribuyentes michoacanos realicen sus pagos de los derechos fiscales, sin más cargas impositivas.