Caltzontzin: la nostalgia del tiempo de niñez. cuento
11:27:44 / 23/01/2013
Autor: Redacción
JIMMY Y LA PRESA DE CALTZONTZIN
Jimmy nació en la ciudad de México aunque cuando cumplió 8 años sus padres lo llevaron a vivir a Uruapan, Michoacán. Al llegar habitaron una casa de la Colonia 12 de diciembre que se encuentra a escasos metros de La Presa de Caltzontzin. En esas inmediaciones Jimmy estuvo en constante contacto con la flora y la fauna del lugar.
Dice Jimmy que en esos tiempos: “yo era feliz. Me gustaba ir a la presa, ver los pajaritos, buscar en las copas de los árboles nidos y en la época de crianza, me divertía treparme a los árboles a buscar nidos y ver sus huevitos o sus crías. Una vez recuerdo haber subido a un árbol, estaba tan emocionado que no me percate de más nada que del nido que intentaba observar, al llegar al nido observe tres crías de primavera bastante emplumadas, para mi asombro una de ellas salto del nido y logro pararse en una rama, repentinamente me di cuenta que la primavera madre, al intentar acercarse a sus crías, había percibido mi presencia, entonces oí que piaba tan fuerte que me asuste, y al voltear para bajarme note que estaba en la copa del árbol, estaba tan aterrado de bajar que me agarre más fuerte de las ramas, para sorpresa mía eran más delgadas de lo que había tenido la impresión que eran al subir. Estaba atemorizado pero con ayuda y ánimo de mi buen amigo y acompañante comencé a descender hasta llegar al piso. Esa experiencia me enseño del cuidado de las aves hacia sus crías, y sobre todo del asombro y ensimismamiento que un niño puede experimentar cuando intrínsecamente se encuentra tan motivado por algún fenómeno, como en este caso la apreciación de unas crías de primavera.
En la época de lluvias disfrutaba ir a pescar con mi amigo Moisés, el primer paso era encontrar las lombrices para carnada debajo de las piedras, debían de ser de zonas húmedas para que la tierra debajo de la piedra estuviera humedecida, ahí escarbábamos hasta sacar lombrices que servirían de carnada. Me emocionaba ver las carpas plateadas cuando saltaban fuera del agua intentando escapar de mi anzuelo casero, y para ser sincero casi siempre se nos escapaban porque no se atoraban bien en el anzuelo casero hecho con una aguja de coser. Creo que lo que nos animaba durante algunos años a regresar a esa represa era el hecho de haber visto un par de grandes peces de cuando menos 5 kilos, a los cuales deseábamos atrapar con toda el alma. Solo una vez estuvimos a punto de atrapar a uno de esos grandes peces. Uno de esos días en que habían abierto las compuertas para limpiar la represa, secar la presa como decíamos nosotros, caminábamos cerca de la compuerta de la represa cuando súbitamente vimos un gran pez como de 6 kilos de peso, estábamos emocionados porque precisamente esa día llevábamos una tarraya para pescar, a tan solo unos tres metros de distancia mi amigo lanzo la tarraya, el agua se revolcó totalmente, al extraer lentamente el instrumento de pesca notamos para nuestra sorpresa que no habíamos atrapado al enorme pez, fue un acontecimiento triste, incomprensible, inaceptable, y de alguna manera mágico, ese pez fue muy listo. Durante años estuve inconforme pensando que si yo hubiera lanzado la tarraya habríamos atrapado ese pez. El suceso fue tan doloroso que incluso recuerdo haber soñado en un par de ocasiones que atrapábamos el gigantesco pez.
Una actividad que absorbía nuestro tiempo, esporádicamente, era el intento de captura de conejos o la búsqueda de nidos de conejos en las inmediaciones de los campos del aeropuerto. Era toda una travesía cruzar por la colonia Lázaro Cárdenas hasta llegar a la carretera y con mucho miedo buscar algún hoyo donde pudiéramos caber para entrar ilícitamente al lugar. La verdad es que varias ocasiones fuimos a esos campos atestados de arbustos para intentar atrapar conejos. Un día llevamos una pala para hacer un hoyo en la tierra con el objeto de realizar una trampa. No avanzamos mucho en la elaboración del hoyo cuando nos dimos cuenta de que ya estábamos muy cansados para continuar con la labor, así que dejamos el hoyo a medios chiles y nos fuimos a buscar nidos de conejo. Estábamos concentrados buscando los supuestos nidos que deberían de estar en esa zona, cuando salió un conejo a toda velocidad; era hermoso, de color ocre oscuro; lo perseguimos como locos, no nos importaba nada más que atraparlo; en la correría iba ya visualizando como lo tenía en mis manos, donde lo pondría, a quien se lo enseñaría; hubo un instante en que entró a una zitunera, logre ver una madriguera en el interior, pensé que lo perdería, y quizá tratando de evitar la frustración, me dije a mi mismo: ¡este conejo no se me escapa, aunque sea muerto pero lo atrapo!, por tal razón le lance la pala al cuerpo para matarlo, era demasiado pesada la pala como para lanzarla con tanta fuerza que pudiera lograr mi cometido. Al dirigirme a recoger la pala, me inundó la desesperanza, el conejo había escapado, escarbe un poco la madriguera pero supe que nunca lo atraparía, así que lo deje en paz, casi llore de rabia e impotencia. Ese día nos dimos cuenta de que es casi imposible atrapar a un conejo correteándolo, no era como los conejos domésticos que uno los corretea y cuando uno se encuentra cerca para atraparlos se agazapan asustados y se les puede agarrar fácilmente. Pero, no, no fue así. Esos canallas conejos no se paran por nada del mundo, corren por su vida, no se parecen en nada a los conejos que tenía en mi casa. Aunque durante años, también, buscamos nidos de conejos, en compañía de mi amigo, nunca encontramos ninguno. Pero, el hecho de que mi amigo me hubiera platicado que él había encontrado una cría de conejo en unos arbustos de la presa; cierto día que no lo había acompañado; me daba aliento para creer que algún día encontraríamos uno, si él había visto uno, entonces era muy probable que yo pudiera ver uno. Buscamos crías de conejo por años y años en nidos de conejo, aunque siempre estaban vacíos, como me arrepentí de no haber ido ese día con mi amigo al bosque, se que nunca olvidare ese conejo que mi amigo vio, el cual nunca vi ni veré. Algunas veces cuando camino por zonas boscosas, por regiones donde hay arbustos siempre tengo la tentación de buscar si de casualidad hay algún nido de conejo, no obstante no lo hago para evitar el desaliento de darme cuenta que no habrá crías de conejo.
En ocasiones también íbamos a buscar codornices, patos, zarigüeyas, ardillas, tejones, y demás animales.
Una vez caminando por la zona boscosa de los campos del aeropuerto, observe como volaban, casi frente a mis ojos, alrededor de 15 codornices. Fue una experiencia inolvidable. Uno nunca olvida esas imágenes, tampoco el sonido del aleteo de esas aves.
Uno de esos días que estábamos en busca de conejos, caminando por la maleza; seguramente hicimos ruido suficiente porque volaron 31 patos silvestres que salieron de nuestro costado derecho. Fue conmovedor, quedamos tan atónitos con mi amigo Moy que no atinamos a hacer nada, solo observamos con sorpresa y asombro el vuelo de los patos, teníamos resorteras en nuestra manos pero ni siquiera intentamos tirarles con la resortera, era tanto nuestro asombro que solo observamos surcando el cielo aquellas hermosas aves. Al llegar al lugar del cual habían volado, notamos un lindo lago que parecía de ensueño, casi surrealista. Ya acercándonos al lago vimos otros dos patos que salían asustados por nuestra presencia. Nunca más en mi vida volví a ver tantos patos en Uruapan. Yo creo que aún debe haber muchas de las crías de aquellos patos que vimos con mi inseparable amigo.
Cierto día llevamos una trampa de ratón a la Presa de Caltzontzin; habíamos escuchado que con trampas de ratón se podían atrapar diferentes animales, primordialmente ardillas; lo colocamos cerca de una madriguera, estábamos seguros que atraparíamos una ardilla. Regresamos al otro día, para nuestra sorpresa habíamos logrado apresar un pequeño mamífero. Me dije para mis adentro es una maldita rata, pero al acercarnos descubrimos que era una zarigüeya o tlacuache, como le decía mi amigo. Al otro día hicimos lo mismo, logrando apresar nuevamente otra zarigüeya. En total fueron 3 zarigüeyas que criamos durante algunos años. Eran animales asombrosos, decían que eran como ratas pero nada que ver, eran simplemente distintos, su pelaje era color negro con manchones blancos, su pelaje brillaba muchísimo, su cara era afilada y elegante, cada que se acercaba uno para agarrarlos abrían el hocico en señal de defensa. Respecto a las ardillas, nunca logramos apresar ni siquiera una. Así que años después, ya siendo más grande de edad, me di el lujo de comprar dos ardillas. Las tremendas ardillas eran tan bravas que un día mientras alimentaba a una, me descuide y se me lanzo hacia la mano alcanzándome el dedo meñique. La herida era tan fina, profunda y perfecta, que solo si no hubiera salido sangre pensaría uno que no había herida. Lógicamente, me salía sangre, aunque rápidamente la logre contener con el mágico petróleo. No puedo negar que, de todos modos, me deleitaba diariamente viendo ardillas en las copas de los árboles o en el cauce del rio de la presa, en las huertas de guindas que estaban a las orillas de la colonia, y otros lugares comunes que ya conocíamos con Moy.
Muy bien recuerdo que tejones ya no quedaban mucho en esa zona donde yo vivía, eran poco frecuentes. La gente que iba frecuentemente de cacería fuera de Uruapan al regresar traía tejones y venados muertos. Porque asombra tanto un animal a un niño, y porque no le da importancia al hecho de que este muerto, es un tema que entonces desconocía. Recuerdo cuando todos los niños manifestaban que acababan de matar de un balazo de escopeta al último tejón de la Presa de Caltzontzin. Días antes me había dicho mi amigo que habían visto un tejón en un árbol cercano a la casa de doña enojos, como le decíamos nosotros a la dueña de la única casa que estaba al frente de la presa, le llamábamos así porque siempre nos regañaba cuando entrabamos a su propiedad para atrapar animalitos. Lo fuimos a vigilar durante días al árbol del cual todos los chicos decían que salía cerca de las 8 de la mañana, el propósito era cuando menos verlo porque nunca habíamos visto uno de cerca. Yo si sabía que se parecían a los mapaches porque hacía meses había llenado un álbum que se llamaba Atlas donde aparecían decenas de animales, entre ellos el tejón y el mapache. Años después, recurrentemente soñaba a ese tejoncito cayendo del árbol asestado por un balazo de escopeta. Me sentí tan triste ante su muerte, pensaba que si lo hubiéramos descubierto mi amigo y yo, antes que el asesino, lo podríamos haber salvado. Quizá lo que más me molestaba era no haberlo visto. Nunca más se escucho ningún murmuro, desde entonces los tejones quedaron extintos en el bosque de la represa. Cabe mencionar que en mi ciudad no había zoológicos, y sigue sin haberlos. Lo poco que conocía de animales era por la enciclopedia de animales que había en mi casa, por el álbum atlas y sobre todo por los relatos de mi abuelo.
Otra de las actividades que disfrutábamos sobremanera, era ir a sacar chapos a la presa de Caltzontzin. Teníamos muchas técnicas para atraparlos. Si no queríamos mojarnos agarrábamos los lirios, cuyas flores lilas tanto le gustan a mi mamá, los sacábamos del agua rápido y los volteábamos para extraer chapos, lo cierto es que así no se atrapaban a los más grandes. Una manera más de atraparlos era acércanos a las zonas menos profundas y levantar las piedras dentro del agua con sumo cuidado, poco a poco aparecían los chapos y tirábamos el manotazo para atraparlos, siempre en compañía de Moisés. También solíamos arremangar nuestros pantalones y meternos a sacar los chapos. Pero la técnica más avanzada era la de meterse a nadar, sumergirse y en el interior del agua levantar piedras y atrapar chapos abriendo toda la mano y tirando el zarpazo. Uno pensaría que no existe peligro en sacar chapos. Déjenme platicarles que un día hace mucho años mientras sacábamos chapos, rio abajo, en la 18 de marzo, metí la mano al agua turbia del rio y sentí un enorme chapo, le grite a mi amigo: ¡Moy, Moy agarre uno grandotote, puedo sentirlo!. Cuando extraje el supuesto caparazón del crustáceo, resultó que lo que había atrapado era el grosor de una serpiente de casi dos metros de largo, la cual lance a metros de distancia debido al pánico que me invadió. Desde entonces ya no atrapo chapos, me quede espantado.
Sin embargo, de todos mis recuerdos hay uno que nunca olvidaré porque no solo se refiere a mis gustos y los de mi amigo Moisés sino también a los del abuelo, quien falleció cuando yo apenas iba a cumplir 13 años. La verdad es que me encantaba, me fascinaba atrapar mariposas, al inicio las trataba con sumo esmero, les cuidaba su delicada piel y su espiroqueta, las observaba detenidamente, creo que yo sabía mucho de mariposas porque el abuelo, antes de morir, me enseño tantas cosas sobre las mariposas. Recuerdo mucho los vivos colores de las mariposas, las había de todos colores, blancas, rojas, naranjas, verdes, grises, pintas, y sabia que en otros lugares había azules o incluso transparentes. Era tanto mi gusto por ellas que deseaba tenerlas ante mis ojos todos los días. Así que un día pensé en hacer una colección de mariposas, atrape y mate algunas, conforme pasaron los días mi abuelo descubrió mi interés y me pregunto si prefería ver a las mariposas clavadas de un alfiler en mi colección o verlas en el campo cada temporada, perseguirlas y divertirme, y un día cuando creciera enseñarles a mis hijos como él lo había hecho conmigo. Esa ocasión el abuelo me hizo pensar, solo tenía 10 años, ese día no pude dormir toda la noche, pensaba en las mariposas que había matado. Yo había sido un desalmado no solo con las mariposas sino con el reino animal, había matado también ardillas, chapos, urracas, peces, alacranes y otros, además había contribuido a la muerte de gallinas, patos, gansos, pichones, camaleones, aves, codornices y conejos. Tengo el vivo recuerdo de la muerte de 22 mariposas que clave vivas en un solo día en una tabla de madera que serviría para mi colección. Mi sentimiento de culpa afloro ante esa pregunta del abuelo. Nunca olvidare al abuelo y su pregunta, hizo que yo siendo un niño me convirtiera durante una noche en un adulto responsable, recuerdo haberme preguntado esa oscura noche, donde ni los grillos se escuchaban como si estuvieran de luto por la cantidad de animales que yo había asesinado, ¿Y quién cuida de los animales, de las mariposas que tanto me gustan, si yo mismo que las quiero tanto las he estado matando toda esta semana? No supe responderme esa pregunta, las palabras retumban en mi cabeza desde entonces, aun las escucho de vez en vez. Las semanas siguientes soñaba solamente colores, pero no cualquier clase de colores, eran los colores de las mariposas. Hace algunos años pensé en dibujar todas las mariposas que recordaba, pensé que sería un lindo trabajo pintar y vender mariposas en cuadros al óleo porque así podría compartir la belleza de las mariposas con otras personas, porque yo creo conocer los secretos colores de las mariposas, creo ser capaz de dibujar lo real de las mariposas, los colores reales de las distintas variedades, tengo tan grabados esos colores que de seguro todos quedarían impresionados con sus colores como cuando por primera vez vi la primera mariposa. Quisiera regresar el tiempo para evitar matar tantas mariposas, quisiera retroceder el tiempo porque aun hoy en día me siento triste, avergonzado y destrozado. Quizá si hago algo por las mariposas me sienta mejor. En estos últimos días he escuchado que las reservas donde habitan miles de mariposas están en peligro, el abuelo estaría muy triste si supiera lo que está pasando con las mariposas. Quizá no tenga uno que ir tan lejos para darse cuenta de que la situación es grave, no solo para las mariposas sino gran parte del reino animal. Simplemente en Michoacán están en peligro de extinguirse varias decenas de animales. Seria grandioso trabajar en rescatar el reino animal de Michoacán, por ejemplo, en la Reserva de la Biosfera de la Mariposa Monarca, en alguno de esos santuarios lindos que Michoacán posee, tales como El Rosario, en Cerro Pelón, en Chivati, en Sierra Chincua, o incluso hacer un Mariposario en Uruapan o en Ziracuaretiro que tiene tan bondadoso clima para estos lepidópteros.
Ojala esos tiempos regresaran, que nostalgia tengo de mi tiempo de niñez. Quizá sea un romántico, pero mis tiempos parecían mejores en su diversión, en su entorno, en su música, en la vida del ser humano. Lo que les acabo de platicar es como me divertía, en aquellos tiempos, cuando tenía entre 8 y 15 años. Ahora las cosas, los lugares y las personas parecen haber cambiado. Aprendí mucho en mi infancia. Una de las cosas que mejor aprendí es que a los animales hay que apreciarlos ahí donde están, sin extraerlos, sin lastimarlos, sin matarlos, para así poder disfrutar en el futuro de su belleza y de la belleza de la naturaleza”.
*Relato original, de cómo vivió una persona hace años en la región de la Presa de Caltzontzin.
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