La contrarrevolución de los “chalecos amarillos”

La revuelta de los “chalecos amarillos” es una revuelta de la era del consumo y del mito del carro como “objeto de deseo” y “elemento de progreso”. Es una revuelta fiscal. Hasta aquí , la “revuelta”
08:27 PM 09/12/2018


Por Teresa Da Cunha Lopes/ Grupo Crónicas Revista

¿Cuál es el origen de la revuelta contra el impuesto, conocida como “chalecos amarillos”?

La revuelta de los “chalecos amarillos” es una revuelta de la era del consumo y del mito del carro como “objeto de deseo” y “elemento de progreso”. Es una revuelta fiscal. Hasta aquí , la “revuelta” de los “chalecos amarillos” parece una insurrección “normal” contra una fiscalidad aplastante.

Sin embargo, más que un “impuesto sobre el combustible”, se trata de un “impuesto sobre el carbono”. O sea, de un impuesto destinado a financiar la transición energética verde. Ahora bien: ¡el impuesto al carbono no es un impuesto más, es un mal necesario, una corrección importante de la competencia desleal!

La “tasa impositiva ecológica” se introduce porque el precio de los bienes de energía fósil no refleja el costo ambiental que genera su consumo. Sin ella, los precios relativos entre diferentes energías o diferentes sistemas de ahorro de energía están sesgados y conducen a comportamientos ineficientes que, a su vez, conducen al consumo excesivo de productos que liberan CO2 en detrimento de aquellos que no lo liberan o que reducen su poder contaminante. Un impuesto de este tipo es una manera de aumentar la conciencia del costo para las generaciones futuras.

Costo de reequilibrio que la presente generación no quiere asumir. Así que entramos en las “revueltas” del tipo “jacqueries” (revueltas campesinas del antiguo régimen ) o con corte “poujadistas” (populismo fascizante francés) de los grupos, en particular de clase media, que no están dispuestos a abdicar del “carro individual” y de sus rituales de consumo en aras de la manutención de los “recursos naturales”. Mucho menos, para asegurar una sostenibilidad del medio ambiente, cuyos beneficios sólo serán visibles para nuestros hijos y nietos.

Los recursos naturales son ” activos ” naturales. Además, estos recursos, tales como el clima o la biodiversidad, son bienes públicos que son esenciales para nuestro bienestar, pero sobre los cuales ejercemos, a través de múltiplos hábitos de consumo y de actividades económicas, un impacto que lleva a su degradación , para allá de su punto de posible recuperación.

Protegerlos tiene un costo, y la disminución en el poder de compra, que puede estar inscrita en el concepto del “impuesto ecológico” vilipendiado por los pseudo defensores “de los pobres”, refleja un desconocimiento del mecanismo del intercambio entre bienes públicos y privados.

Si queremos un clima sostenible a largo plazo, debemos financiar las acciones necesarias. El aumento en los precios del combustible, al reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, contribuye a este financiamiento. Lejos de ser punitivos, los impuestos “verdes” nos permiten esperar un mejor clima para nuestros hijos.

Pero, todos somos “verdes” y “ambientalistas” hasta que nos “cortan” el número de kms que podemos realizar en vehículos cada vez más potentes o las horas en que calentamos nuestras casas en invierno, para simular que tenemos un verano permanente puertas adentro.

La cuestión que nos debemos colocar no es la de eliminación del impuesto, sí la de los instrumentos correctivos que permitan minimizar su impacto sobre los más desfavorecidos. O sea, como tener justicia social y justicia ambiental.

Ahora bien, esa cuestión fundamental no está en el centro de las preocupaciones de los grupos radicales de “casseurs” que suben a Paris , cada sábado, con un objetivo muy concreto: destabilizar un gobierno centrista ,democráticamente electo y, que está apostado en fortalecer la opción europea y, la transición a un nuevo sistema económico.

Así que, las lecturas que surgen sobre un paralelismo entre este “movimiento” (para le llamar algo) y otras experiencias del pasado, en particular el “Mayo 68” son profundamente erradas.

Ni todo lo que reluce es oro. Muchos piensan que los “chalecos amarillos” y el “Mayo 68” es lo mismo y que tiene la misma dinámica. No, no y no. Ni una cosa ni la otra.

En el mayo del 68, las barricadas eran defensivas. El movimiento tenía un discurso liberador y progresista. Universal y humanista. Era un movimiento de ideas. Una reflexión sobre la felicidad. Un ansia de destruir hipocresías morales y “códigos” de censura social clasista. Una búsqueda de aperturas en que el individuo pudiera crecer. La reivindicación de más y mejor democracia. Un movimiento que inició en las universidades y que, aún después de la noche de las “barricadas” continuó siendo profundamente estudiantil y, urbano. De jóvenes que querían vivir plenamente.

Hoy, los “chalecos amarillos”, rebasados por una minoría de ultraviolentos usan todos los medios para destruir, no construir. Son “poujadistas” anti- intelectuales. Tienen miedo al futuro. Odio a la diversidad. No quieren “construir” nada. Son “nacionalistas” en el sentido del racismo primario. No entienden el mundo porque viven en el culto de la ignorancia y del consumo. Los “chalecos amarillos” atacan a la democracia bajo el modelo neofascista. Los estudiantes no están en el origen del movimiento ni tampoco los obreros. No es un “movimiento de jóvenes” es una coalición de canosos que no quieren ninguna transformación, encuadrados por gente que quiere matar indiscriminadamente.

No, los “chalecos amarillos” no es un “Mayo 68”. No trae ni esperanza ni poesía. Sólo odio, destrucción y la posibilidad de derivas para futuros distópicos.

El Mayo del 68 fue una revolución cultural, una profunda transformación de la sociedad. Los “chalecos amarillos” son la punta del iceberg de una contra revolución política. Una “conspiración de los canosos” contra el futuro de las nuevas generaciones.


El Diario Visión
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