El pueblo de Zacán, es ahora la capital cultural y artústica de la raza Purhépecha. El pueblo de Zacán, es ahora la capital cultural y artústica de la raza Purhépecha.

12:30:17 / 23/02/2010

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ZACÁN, Mich.- En vísperas de la erupción del volcán Paricutín, Zacán contaba con 3,500 habitantes y cinco días después del 20 de febrero de 1943, la población había emigrado hasta en un 50 por ciento, aunque poco a poco fue retornando, al apagarse dicho volcán sólo regresaron algunas familias, quedándose a radicar muchos de ellos en lugares como México, Uruapan, Paracho, Morelia y Los Reyes.
Lo anterior porque, al igual que Angahuan y otras comunidades de la región, Zacán fue uno de los poblados más afectados por la arena que arrojó el volcán Paricutín, por lo que las tierras de cultivo, durante varios años, no produjeron.
La erupción del volcán Paricutín fue el sábado 20 de febrero de 1943 en el predio de Cuyútziro (aguililla). A partir de ese momento -dice una escritora-, la vida de cientos de miles de personas cambió inexorablemente, y otra nueva historia colectiva se comenzó a escribir.
Cuatro días después de la erupción, el administrador de rentas de Uruapan hizo cálculos aproximados de que alrededor de 3 mil indígenas damnificados abandonaron sus hogares en Parangaricutiro, Zacán y Zirosto, para trasladarse hacia Uruapan, Zamora, Charapan y Los Reyes. Lo paradójico del asunto fue que mientras los pobladores trataban de evacuar la zona con escaso apoyo institucional -pues el gobierno del estado sólo estaba proporcionando la cantidad de cinco pesos a cada jefe de familia-, se ordenaba la reparación del camino que conducía al lugar de los acontecimientos, no para que los afectados salieran de sus comunidades en las mejores condiciones posibles, sino para dar mayores facilidades a turistas que en número crecido llegan día a día.
La erupción del Paricutín atrajo a todo tipo de gente, entre la que llegaron algunos destacados escritores que vinieron a observar el fenómeno, como lo hizo José Revueltas, quien dejó un interesante testimonio de la situación de la zona, que es una visión magistralmente descrita de cómo la desolación se enseñoreó con las comunidades afectadas.
“... Dionisio Pulido, la única persona en el mundo que puede jactarse de ser propietario de un volcán, no es dueño de nada... El Cuyútziro, que fuera terreno labrantío y además de su propiedad, hoy no existe; su antiguo “plan” de fina y buena tierra ha muerto bajo la arena, bajo el fuego del pequeño y hermoso monstruo volcánico... como él, como este propietario absurdo, hay otros miles más, sobre la vasta región estéril de la tierra asolada por la impiadosa geología... He visto los ojos de las gentes de Zacán, de Angahuan, de San Juan Parangaricutiro, de Santiago y de San pedro, y todos ellos tienen un terrible siniestro y tristísimo color rojo... Rojos, llenos de una rabia humilde, de una furia sin esperanzas y sin enemigo”.
El día 25 de febrero, el General Lázaro Cárdenas escribía en su diario: El 20 del actual, a las 17 horas se abrió un cráter en una pequeña planicie, jurisdicción de San Juan Parangaricutiro, a inmediaciones del poblado de Parícutin, en el punto llamado “Cuiyutziro”, que en tarasco quiere decir “aguililla”.
Desde el día 20 está en actividad arrojando densas fumarolas y gran cantidad de lava que ha ido formando amontonamiento a su alrededor.
Existe alarma en los pueblos circunvecinos que están siendo abandonados por sus moradores, según informes llegados de aquellos lugares.
Con anterioridad a la fecha en que apareció este volcán, se sintieron una serie de temblores que han abarcado extensas zonas del país.
La próxima semana visitaré el lugar en donde apareció el citado volcán.
La visita anunciada, la hizo el General los días del 4 de marzo en que salió de México a Morelia, el 5 que hizo el camino de Morelia al volcán Paricutín, y el día 6 que volvió de San Juan Parangaricutiro a Morelia. Aunque no hace comentario alguno sobre lo observado.
Sin embargo, una idea más realista de lo sucedido se dio a conocer mediante la prensa oficial hasta el 31 de marzo. Se afirmó que los damnificados oscilaban entre 8 y 10 mil personas; sus hogares y sus ejidos quedaron sepultados bajo “las arenas que arroja el volcán”, invadiendo alrededor de un radio de cuarenta kilómetros. Esto significó la pérdida no sólo de sus viviendas, sino también de sus medios de subsistencia.
El General Félix Ireta, Gobernador, sólo atinó a considerar que a los campesinos se les podía colocar en la construcción de carreteras, irrigación y otras.
No fue sino hasta el 3 de abril cuando el General Tafolla Caballero, comandante de la zona militar, le advirtió al Presidente de la República la gravedad del asunto: "El problema de los vecinos de la región es muy serio; sus tierras fueron completamente inutilizadas por la arena, la que en algunos lugares subió a mas de un metro de altura; el ganado carece de pastos y sus siembras de trigo se perdieron, la situación por la que atraviesan es bastante difícil".
Un año después, el propio General Cárdenas volvió a recorrer el área y hace los apuntes siguientes en su diario: "1 de abril de 1944. En auto de Uruapan a Capacuaro, San Juan Parangaricutiro, Volcán El Paricutín, Corupo, San Felipe de los Herreros y Paracho. Recorrido por la sierra. Criminal explotación de la riqueza forestal. Sensibilidad del pueblo indígena. Su pobreza. Su abandono. Lo lejano aún de su elevación educativa y económica".
"Volcán Paricutín. Cementerio forestal. Pueblos y campos arruinados por la lava y las arenas. Ganados extenuados y muriéndose por el agotamiento de los pastos. Extensos bosques que no ha alcanzado la furia del volcán, pero que están sucumbiendo ante la voracidad de los hombres. Paracho con su población indígena, sufrida y paciente. Claridad de la luna. La serenata. Su música. Aires de la tierra. Canto indígena. Estoicismo de la raza. Canto. Su redención. Adelante".
La erupción del Volcán Paricutín marcó la fecha del inicio de una nueva época dolorosa en el desarrollo de la comunidad de Zacán, que se muestra en los cantos de los juglares indígenas, los pireris, que entonaron al tenor de sus lamentos, buscando explicaciones o respuestas divinas a su nacimiento, como se puede observar en la letra de la pirekua "Piedrecitas":
...Dios mío
o será castigo
o será desgracia
lo que nos pasó..
La mayoría de los habitantes no solamente abandonó su lugar de origen. También abandonó modos de vida, costumbres y difícilmente pudo adaptarse a condiciones ajenas a sus patrones culturales.
La nostalgia por su lugar querido, abandonado, floreció desde el momento mismo en que empezaron a dejarlo.
Poco a poco, sin sentirlo casi, aquellos pueblos desolados, fantasmas, fueron recibiendo a los que regresaban, a los que no pudieron vencer la fuerza del arraigo que representaba su tierra natal.
Pero aquello ya no era igual. Los años de pobreza y desolación de la región fueron creando dramas. El desempleo derivó inmediatamente en alto índice de alcoholismo y su aparejada desintegración familiar y comunal. Lo que vivían no era lo suyo. La falta de identidad se hacía evidente cada vez con mayor fuerza entre los coterráneos, señala Porfirio Aguilera Ortiz, oriundo de Zacán.
Los animales murieron, las tierras quedaron enterradas por tres metros de arena volcánica; las casas se destruyeron bajo el peso de la misma arena y el abandono de sus habitantes, y al no haber comida, ni manera de sobrevivir, las personas emigraron a donde les pudieran dar cobijo; es decir, parientes y amigos de comunidades y ciudades como Los Reyes, Cherán, Uruapan o Morelia.
En los años cuarentas, muchos pudieron engancharse como braceros a los Estados Unidos.
En comunidades grandes o ciudades, la vida era diferente. Había escuelas, y los hijos de los zacanenses pudieron asistir a ellas, lo que significó un cambio en la cultura individual y del grupo familiar.
Pasaban los años y las tierras no se deslavaban de la arena; además, a nivel nacional se dio un cambio en la política económica del país: la prioridad era apoyar la industrialización y “modernización” del país, por sobre el desarrollo agropecuario. El campo y las comunidades indígenas, en especial, se vieron abandonadas, por lo que no sólo las comunidades afectadas por el volcán sufrieron, sino también las comunidades del estado en general. Decir comunidad indígena era sinónimo de miseria y desolación.
La pobreza de las zonas rurales ocasionó una migración hacia las ciudades, y con ese flujo de personas se dio también un flujo de la cultura purépecha; es decir, al mismo tiempo que los productos del campo y artesanales no valían nada, la cultura tampoco, por lo que los miembros de las comunidades comenzaron a vestir prendas diferentes, y a desvestirse de lo purépecha, a hablar diferente, a comportarse como “gente de razón”.
Para el año de 1950, el investigador Gonzalo Aguirre Beltrán describe la situación que se vivía en la región al decir que “los efectos del Volcán Paricutín fueron de mayor consideración y trascendencia los provocados por la lava y las cenizas. La cenizas invadieron los campos de labor destruyendo las sementeras, cubriéndolas con capas sucesivas de material piroplástico que las hicieron inaptas para la agricultura. La extensión de esta destrucción fue enorme el año de 1943 y mayor en aquellos lugares situados hacia el noroeste del volcán, en virtud de que los vientos dominantes del sureste arrojaron las cenizas en abundante cantidad, sobre sitios tales como Zirosto, Angahuan, Zacán, Corupo, Charapan, Atapan y Los Reyes. La acción del agua y el viento y la disminución de la actividad del volcán fueron reduciendo el radio de la superficie damnificada y en la actualidad en pueblos como Angahuan y Zacán, los más cercanos al volcán, ya comienzan a ensayar cultivos de maíz en aquellos sitios donde las cenizas volcánicas se depositaron en menor cantidad. De cualquier manera, al visitar la zona inmediata al volcán, es posible ver todavía el inmenso daño que produjo y la suma enorme de hectáreas de tierra topuri que sepultó e inutilizó para la agricultura”.
Sin embargo, sobreponiéndose a la catástrofe y resistiendo las inclemencias de la naturaleza, para esos años, los de Zacán, como los de Angahuan, en donde, aun cuando la capa de ceniza alcanzó más de 20 centímetros de espesor e hizo improductivas las parcelas, sus habitantes se las han ingeniado para hacerla producir, sobre todo en pequeños manchones, pero principalmente en los ecuaros, quienes han ideado escarbar con palas hasta encontrar la vieja capa de “tupuri” y en ellas siembran la simiente que alcanza a crecer antes de que el transporte viento deposite nuevamente arena en los cajetes. La enorme labor que este procedimiento implica se encuentra en parte compensada por el hecho de que no es necesario escardar, ni chaponear, ya que la mala yerba no crece en la arena volcánica. Mientras en los lugares más alejados, en donde la arena no llegó a los 20 centímetros, como los terrenos de Charapan, dicho material volcánico le sirvió a las tierras como abono, de tal forma que las revitalizó.
Con todo, algo estaba cambiando. Al paso del tiempo, aquellas grandes extensiones, inutilizadas por la arena para los cultivos tradicionales se adaptaron para habilitar huertas de aguacate, catalizador económico que vino a levantar a la comunidad de Zacán. Al mismo tiempo, la erosión hizo lo suyo, arrastró la arena, y propició nuevamente la aparición de los cultivos abandonados, según señala Porfirio Aguilera Ortiz.