Como nació el Volcán Paricutín

11:15:54 / 05/02/2013

Autor: Redacción

 

Como nació el Volcán Paricutín

Francisco Valencia


Para la reconstrucción de los acontecimientos que se verificaron con anterioridad, y en el momento de la formación del volcán, recurrimos al interrogatorio de las personas más destacadas, y posiblemente dignas de mayor crédito de Parangaricutiro y Paricutín, así como a gente menuda de ambas localidades. Entre los primeros se puede citar al Sr. Presbítero don José Caballero, párroco de Parangaricutiro; a don Felipe Amezcua, Presidente Municipal del mismo poblado; a don Arturo Equihua, Secretario del Juzgado Menor Municipal; a don Agustín Sánchez, Jefe de la Tenencia de Paricutín; a don Dionisio Pulido, propietario de la parcela de Quisochu, y el mejor testigo presencial del fenómeno. Entre los segundos quedan comprendidos diversos labriegos y habitantes de la comarca, cuyos nombres se me olvidan. Con todos los datos recibidos se ha reconstruido esta síntesis histórica que tiene la pretensión de ser la más verídica de cuantas se han propuesto hasta la actualidad.
El terreno donde nació el volcán es propiedad del Sr. Dionisio Pulido y de su compadre Barbarino Gutiérrez, ambos vecinos de Paricutín, y recibía el nombre de parcela Quisochu, en la cual existía desde hace años la llamada “Joyita” de Cuiyutziro, sitio preciso donde hoy existe el volcán. Se da en la comarca el nombre de “Joyita” a un espacio de terreno más o menos reducido, desprovisto de árboles, deprimido, sin desagüe y propicio para las faenas agrícolas. En la misma parcela de Quisochu, además de la Joyita de Cuiyutziro -Aguila- había otras, como la de La Laguna, etc.
Desde hace aproximadamente dos años, cuando el Sr. Pulido araba el terreno propio, se abrían agujeros en el suelo, o mejor dicho, se verificaban pequeños hundimientos de terreno en áreas sensiblemente circulares de un metro y medio a dos metros de diámetro, hundimientos que inmediatamente eran nivelados con piedras y tierra vegetal. También se informó que las florecillas cubiertas de rocío que se reproducían en los terrenos incultivados, tenían por las mañanas un movimiento de abajo hacia arriba, como si pareciese que leves corrientes de aire que salieran del suelo las agitaran en ese sentido vertical.
En la “Joyita” de Cuiyutziro, en el punto exacto donde reventó el volcán, existía una pequeña oquedad de forma circular, de cuatro metros de diámetro por uno y medio de profundidad, y días antes de la erupción, los “medieros” del Sr. Pulido, veían sobre ellas en las mañanas, flotando en el ambiente, a una nubecilla blanca, a la que atribuían el carácter de neblina no disipada por el viento.
El día 7 de febrero de 1943, entre las once y las doce horas, se iniciaron en la comarca fuertes temblores, los cuales, en número de tres se repitieron por la noche, entre las veintitrés y las tres horas de la madrugada; temblores que además de sembrar la alarma ocasionaron derrumbes de cercas de piedra y cuarteaduras en las casas de “material”, de Parangaricutiro. De esa fecha en adelante no cesaron de repetirse los temblores, siendo más fuertes el día 18 de mismo febrero, entre las 6:25 y las 6:30.
El día 20 de febrero, como a las 11 de la mañana, la señora Pulido, que apacentaba ovejas en terrenos de su esposo (el terreno estaba solamente barbechado) escuchó un ruido subterráneo, lo que comunicó aquel cuando fue a encontrarla ya al filo del mediodía. Permanecieron juntos hasta la tres de la tarde, hora en que el Sr. Pulido observó que la tierra, en el punto en el que existía la oquedad referida, tenía una grieta como de 20 metros de largo por 25 centímetros de anchura, profunda y orientada de O. a E., grieta que no despedía ni aire, ni humo, ni calor. Después de contemplar la grieta, el Sr. Pulido se encaminó unos 60 metros al Sur de ella, con objeto de quemar algunas ramas, y estando en esa tarea, escuchó un fuerte rugido subterráneo y sintió que un impulso vertical -temblor trepidatorio- lo lanzaba como 40 centímetros hacía arriba, algo que quizá fue una pura emoción determinada por la intensidad del movimiento de la tierra.
Poco después, al regresar por la grieta, escuchó nuevos ruidos subterráneos, esta vez semejantes a los que produce una creciente que “lleva muchos pedruscos”, ruidos que no supo interpretar. Súbitamente como a 10 metros de distancia de él, en el sitio preciso de la oquedad atravesada por la grieta, se dejó oír “un bufido de aire”, y tras de él una columna de humo negruzco, en forma de cúmulos, se elevó hacia las alturas. Dicha columna fue contemplada a las 5 de la tarde en Parangaricutiro, distante cuatro kilómetros al norte del lugar del fenómeno.
El Sr. Pulido informa que al contemplar aquello pensó que “la tierra estaba quemándose”, y exclamó en voz alta: “Dios mío, soy tuyo; haz de mi lo que quieras”. En seguida corrió a rescatar a unos bueyes de su propiedad que aún quedaban en la parcela, regresando a Paricutín a informar del suceso. Conocida la noticia en esta población, algunos vecinos organizaron una expedición al lugar del suceso, acercándose demasiado a la grieta humeante y recogiendo cenizas calientes.
Al día siguiente, domingo 21 de febrero de 1943, ya se había formado un cono de 6 ó 7 metros de altura y 20 metros de diámetro en la base. Ese mismo día la lava empezó a avanzar siguiendo las direcciones ya indicadas (hacia el N. O. y el E.).
La fuerte explosión de la noche anterior y la emisión de los materiales inflamados hicieron cundir el terror entre los comarcanos y los hizo abandonar sus bienes y hogares para ir a refugiarse a Los Reyes, Coalcomán o Uruapan. Inmediatamente se dio aviso a esta última ciudad, al Gobernador del Estado y a la Presidencia de la República, tomando estas autoridades medidas emergentes adecuadas al caso.
El Sr. Párroco de Parangaricutiro organizó una procesión con los nativos que aún quedaban en la comarca, llevando al Santo Patrono del lugar, con objeto de invocar a la Divinidad para que suspendiera lo que creían horrible castigo. Poco antes de entrar a la cañada Cipú, se plantaron cruces de madera, o bien se dibujaron sobre el terreno, con el afán de detener la marcha de los candentes elementos, cruces que desgraciadamente no fueron respetadas por la furias de Vulcano.


Referencia: Basurto, Alfredo G. “México en la Geografía”, Texto para Cuarto Año de Primaria. Luis Fernández G. S. A. México, 1959.